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martes, 17 de noviembre de 2009

ALGO LLAMADO OPTIMISMO





¿Cuál es la propuesta de Seligman para inyectar positividad a la vida de las personas? Principalmente, aprender a identificar las reacciones que tiene uno ante los eventos desafortunados (cómo los intepreta, qué lo hacen pensar acerca de sí mismo, a qué tipo de acciones lo llevan) y luego entrenarse para disputarlas, generando explicaciones alternativas (externas,
específicas y temporarias). O sea, reemplazar el clásico: "Fallé en el examen porque soy un idiota", por "Me fue mal porque no estudié lo suficiente sobre el punto C", y prepararse para remediar la falla en la próxima oportunidad.

Seligman se defiende de las críticas por la simpleza de la propuesta citando estudios de laboratorio (con perros y ratones) que demostrarían que la impotencia se aprende, y argumentando que "todo lo que se aprende se puede desaprender".

Como contrapartida, el psicólogo admite que los pesimistas suelen tener una visión más precisa de sus habilidades que sus pares más positivos. "Si, en un examen, un pesimista contesta 20 preguntas de 40 correctamente y luego uno le pregunta: '¿Cómo te fue?', la respuesta es: "20 correctas, 20 incorrectas'. Si se le formula esa pregunta a un optimista, la respuesta es: 'Acerté 30, fallé en 10'." La tendencia se mantendría aunque se le ofrezca al optimista un incentivo económico por responder con precisión (en experiencias científicas). "Los optimistas tienen una serie de ilusiones autocomplacientes que les permite mantener el buen ánimo y la buena salud, en un universo básicamente indiferente a su bienestar", explica Seligman, revelándose como un pesimista converso. Esa mirada complaciente del optimista impregna también su forma de percibir al otro y al mundo, achicando amenazas y fabricando recursos.

La pregunta se impone: ¿es ético proponer a la gente adoptar ilusiones, aun si así conquistan la felicidad?

La psicoanalista Graciela Suárez, quien se dedica a ayudar a pacientes oncológicos, dice que no. "La función de un analista es ayudar a la persona a poder mirar sus logros y sus obstáculos, sin autoengaño. La verdad es que no se aprende de los logros, sino de los obstáculos, que son lo único que permite reveer, aprender y cambiar."

La profesional también señala que "no habría que convertir al optimismo en un bien de consumo, en una exigencia más como la delgadez o la belleza." Advierte también que, entre los pacientes que enfrentan el final de sus vidas, el optimismo puede ser una máscara, una defensa contra lo inconcebible que resulta la propia muerte. Pero concede que, con ayuda terapéutica, la mayoría de las personas logra vislumbrar alguna forma de trascendencia, sea a través de los hijos, la obra u otras herencias. Recuerda el caso de una joven paciente que, en los últimos meses de su enfermedad, montó una tabla de madera sobre su cama ortopédica para poder enseñarle a sus hijas a amasar pan. "Se puede lograr una mirada positiva y reparadora aún en las situaciones más dolorosas, pero esta mirada es individual y subjetiva. No creo que se pueda enseñar", subraya.


"SOY, LUEGO CAMBIO"




"Aunque supiera que el mundo se caería a pedazos mañana, igual plantaría mi manzano", se pronunció Martin Luther King Jr., años antes de morir asesinado.

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